Los girasoles, de todos es sabido como así indica su nombre, se giran hacia el sol siguiendo el movimiento de éste. Pero no toda su vida es así, cuando son plantas maduras se quedan inmóviles mirando siempre al levante. No es que sigan al sol, es más bien que buscan su luz. Pues bien, nuestra historia tiene lugar en un inmenso campo de girasoles,todos del mismo tamaño. ¿Os lo podéis imaginar? Un mar de oro, un manto de flores girando su gran rostro amarillo hacia el astro solar. Habría miles, millones de ellos en aquel lugar; solo el pasar y sentarse unos minutos frente a ellos era suficiente para calmar el ser. Era como contemplar un inmenso cuadro perfectamente dibujado, perfectamente pintado y que en una danza lenta e inapreciable durante todo un día, se movían al mismo compás. La perfección de la naturaleza en forma de plantas... Daniel era un joven del lugar, y le encantaba pasear y contemplar todo bicho o planta viviente. Se abrazaba a los árboles, hablaba con los animales y disfrutaba tanto del correr del agua en un arroyo, como de tumbarse panza arriba y contemplar el cielo azul. Pero había algo que le tenía totalmente abstraído, cuando pasaba junto a aquel campo se sentaba y se pasaba horas mirando los girasoles. Las gentes del lugar hablaban y murmuraban a sus espaldas, todos coincidían en una cosa: "no es un chico normal, debería hacer lo que hacen todos los jóvenes de su edad, no es natural...sus padres deberían encerrarlo hasta que se comportase como todos, etc..." y así hasta un sinfín de adjetivos y soluciones a su presunto desvarío. Uno de esos días en los que estaba sentado mirando, aún diría más, comprendiendo la naturaleza de los girasoles; solo a unos cuantos metros enfrente de él, se dió cuenta de algo insólito. Uno de los miles de girasoles no miraba al sol, parecía ensimismado mirando hacia el otro lado, pero mantenía igualmente su cuello erguido. Daniel se levantó y se adentró en el campo con sumo cuidado de no quebrar la naturaleza. Llegó hasta el girasol y sin tocarlo se quedó mirando fijamente como si de una persona se tratase. Entonces éste se giró lentamente hasta cruzarse con su mirada, paró un instante, y prosiguió hasta alinearse con los demás en busca del sol. Daniel con la respiración entrecortada, asistía perplejo a la situación. El girasol parecía estar más vivo de lo que nos puede parecer que lo está una flor, como si pudiese pensar, incluso casi esperaba que le hablase. Después de un rato, cayó la tarde y Daniel se fue a casa. En los siguientes días volvió al lugar y se encontró lo mismo, unas veces entraba al campo y el girasol se giraba, o no se movía, incluso el girasol parecía ser autónomo al resto del grupo y se movía a su libre albedrío. Daniel no lograba comprender qué hacía aquel girasol, ¿qué le quería decir? Mientras tanto la gente del lugar seguía aumentando la preocupación sobre el supuesto estado, ahora ya rozaba la locura, de Daniel. Una noche, sin más, se despertó agitado. Era imposible poder dormir y algo le llamaba ahí fuera. Miró por su ventana que daba a unos árboles que tapaban el camino hacia el campo de girasoles, y creyó ver una luz. El cielo estaba totalmente despejado y lleno de estrellas, incluso Daniel hoy recuerda ese cielo como algo único, no recuerda otro cielo igual. Salió de su casa sin hacer ruido y siguió aquel destello, bajó hasta el camino y cruzó la arboleda. A pocos metros empezaba a vislumbrar el campo de girasoles, y entonces vió otra vez aquel destello. Llegó apresurado hasta allí y entonces se quedó plantado delante del campo. La luna llena iluminaba aquel paisaje y pudo ver como todos los girasoles estaban mirando hacia el suelo, como dormidos. Todos ... ¡excepto uno!, su girasol estaba mirando hacia arriba, contemplando las estrellas; miraba a un lado y poco a poco giraba su tallo hacia el otro, se paraba a mirar la luna... y repetía la misma operación. Daniel no durmió esa noche. A la mañana siguiente, salió el sol más fuerte y más brillante que nunca. Daniel todavía miraba intentando comprender aquel acontecimiento. Una vez el sol superó las montañas, todos los girasoles se giraron hasta recibir su luz. ¡Sí todos!... solo que esta vez, en ese campo de girasoles simétricos; uno de ellos se alzaba por encima de todos. Era como si hubiese bebído del saber del sol, y además de la luz de la luna y las estrellas. Había visto el Yin y el Yang, se había salido de su zona de confort para contemplar otro mundo, o simplemente para observar su mundo desde fuera. Daniel sonrió y se fue... Años más tarde, en el lugar, aún se hablaba a veces de Daniel aunque hacía tiempo que se había ido, una vez se hizo mayor de edad. Algunos pensaban que estaría en algún psiquiátrico, otros pensaban que seguramente en algún parque mirando las palomas, pero nadie daba nada por él... Entonces un día apareció. Daniel llegó en un precioso coche, bajó en mitad del pueblo. Todos pararon al ver algo diferente, y todos se quedaron como estatuas al ver salir a aquel hombre. ¡Era él!, era más alto que nadie de allí, bien parecido y desprendía una luz en su mirada, que parecía que estaban viendo a un semidiós. Daniel se quedó observando a aquellas personas con ternura y con una sonrisa les saludó. Ahora y no sabían por qué, todos lo miraban con admiración...Daniel empezó a andar al lado de una bella mujer y una parejita de niños de no más de cinco años, se dirigieron a la arboleda y después de ésta a un campo de girasoles... "Parecía que la vida no le iba tan mal a Daniel, es más le va muy bien" decían las gentes del lugar exactamente como habían hecho siempre, solamente que ahora cambiando su concepto de él. Y todos, todos miraban hacia Daniel, todos hacia el mismo lado, como girasoles...solo que Daniel, se había convertido en el SOl... Por Jordi Luna
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